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Revista Stellium

Artículo publicado en la Revista Stellium nº19: "Maraña", Marzo 2025


Magnetismo por aprender

Por Paula de Mora


Fotografía de Soheb Zaidi
Fotografía de Soheb Zaidi

La astrología es un lenguaje de una enorme complejidad que nos permite investigar el misterio de la sincronicidad entre los movimientos del cielo, la Tierra y su relación con los procesos de transformación psíquica en la especie humana. Teniendo en cuenta esta complejidad, como humanos necesitamos preguntarnos: ¿cómo nos aproximamos a la investigación en astrología? ¿Nos acercamos a estos símbolos con el anhelo de saber, predecir, entender o con la humildad y seriedad necesaria para que se produzcan procesos de aprendizaje desconocidos para nosotros?

Desde siempre, la presencia inmensa del cielo nos ha provocado a los humanos fascinación. De allí se desprende la fascinación inevitable de empezar a captar patrones en los movimientos celestes y verlos en relación con los procesos que ocurren en la vida en la Tierra. Esto hizo que nos acerquemos a estos símbolos con ganas de saber cada vez más, con la intención de adelantarnos a los hechos, de predecir y entonces lograr o evitar que ocurran ciertas experiencias.

Si partimos de la base de que el lenguaje que utilizamos condiciona el modo en el que percibimos, un lenguaje sagrado como la astrología, es una estructura simbólica que hace puente para que en el cerebro se haga presente otra lógica, se produzca un salto en cómo procesamos la información de la vida. Esto inevitablemente debe modificar nuestra percepción.

Para que la investigación en astrología no sea superficial, nos tiene que modificar. No es lo mismo que la veamos como una “herramienta de autoconocimiento” para acumular información que nos dé la ilusión de control sobre los sucesos de la vida, a que produzcan transformaciones en el modo de relacionarnos, de sentir, de reaccionar. Si esta investigación no produce aprendizajes, si no cambia nuestro modo de ser, estamos en la astrología del “yo”, y se transforma en una búsqueda de afirmación de la identidad en la que reducimos la complejidad de este lenguaje a la dimensión sujeto/objeto. Esta astrología del “yo” se alimenta de la disociación de los cuerpos, de la distancia entre lo que “entiende” acumulando datos cognitivos y las sensaciones. En esta disociación todo permanece igual, seguimos sintiendo exactamente lo mismo, no se producen insights.

Nuestra estructura de lenguaje habitual recorta, clasifica, nombra objetos, sustantivos, y los pone en una línea. Es un modo lineal de procesar información (causa y efecto). Esa línea de tiempo que la percepción construye supone un sujeto en el “inicio” que es quien percibe, que es causa de todo (yo) y es el protagonista del relato. Es un modo de organización que calmó a los cuerpos y nos dio la ilusión de entender siempre lo que está pasando por el solo hecho de nombrar, clasificar, ubicar… Es una percepción separativa; hemos necesitado recortar para organizarnos.

Esta dimensión en el cerebro busca una única posición en la cual afirmarse, un polo de la cuestión tiene que ser verdadero, por ende el otro polo debe ser falso. Es un modo de simplificar la información de la vida. Aquí no es posible procesar más de una fuente de información verdadera al mismo tiempo, es decir, sostener ambivalencia como una duda creativa. Es lógico que la multiangularidad de un lenguaje como la astrología no pueda ser procesada por esta dimensión binaria.

Recortar la trama de la vida en palabras condiciona al perceptor. Al decir “árbol” o “sol” sentimos que es real que son dos objetos separados. Entonces, podemos preguntarnos ¿Qué es ilusión y qué realidad?

Está comprobado que el cerebro construye la realidad, y solo puede aprender contrastando las discrepancias que hay entre lo real y sus construcciones. De hecho, tendemos a creer que la realidad vibratoria de la vida es una ilusión, y que la organización social es la realidad, sin cuestionar sobre qué bases se apoya.

Uno de los fundamentos de la astrología profunda es que los seres humanos reaccionamos al orden vibratorio de los códigos natales, reaccionamos a los movimientos celestes, polarizándonos y entrando en conflicto. Ante la necesidad de calmar terrores atávicos de los cuerpos, hemos necesitado fragmentar la intensidad de la vida en palabras. Nos hechizamos nombrando, creyendo conocer lo nombrado, y esto nos da la ilusión de saber. Esta dimensión polarizante es un tejido que recubre la Tierra.

Es inevitable entonces que sintamos que al nombrar un símbolo astrológico creamos que ya lo conocemos: ya sabemos que es Saturno, Marte, Venus, etc. No sentimos a los símbolos como un descubrimiento constante, una matriz viva, pulsante, y que meditar en ellos es abrir el inconsciente para que se produzcan cambios que no podemos anticipar.

Es importante que sintamos esta necesidad de fragmentar la realidad como una fase inevitable de un proceso de gestación de otro modo de sentir. Es lógico que haya sido así. Pero también necesitamos estar atentos y ser rigurosos respecto a cuál es el timing, el momento en el que, como especie, llega la hora de nacer, de emerger de placentas hechas de hábitos que nos han sido muy eficientes en términos de supervivencia, pero que al mecanizarse se convierten en un “saber cómo son las cosas”, no se explora más, y esto es una interferencia en términos de los vínculos y la complejidad de los procesos psíquicos que somos.

Entonces, si tenemos en cuenta que los cuerpos/psiquis reaccionamos al orden celeste, además de mirar el potencial de cambio que trae cada clima específico del cielo, necesitamos estar atentos a cómo reaccionaremos a ellos.

Todo humano encarna en el estado en el que se encuentra la sustancia terrestre al nacer, la cual está surcada, hecha de huellas, imágenes, relatos inconscientes que nos preexisten, condicionamientos milenarios generados por las distorsiones de cómo hemos interpretado la complejidad del cielo. Esto hace que, al encarnar, cada código natal se fragmente en moldes que nos anteceden y que nos dicen cómo interpretar y sentir las diferentes cualidades vibratorias de las cuales estamos constituidos. Nos organizamos haciendo identidad en algún fragmento del código natal, un recorte al que llamamos “yo”, y rechazamos el resto de la información que nos conforma. Esta es la primera ilusión a cuestionar, la certeza de la existencia del yo como una entidad autónoma.

El resto de la información implicada en el código que somos, pero que excluimos, estará siempre presente en nuestras vidas en lo que llamamos destino. Los códigos natales pulsan por religar lo que se fragmentó. Por esto, decimos “destino”, no como algo que nos ocurrirá en un futuro a modo de premio o castigo, sino como lo que ocurre a cada instante, en el presente, en los vínculos y situaciones de nuestras vidas como aprendizajes potenciales. Esto nos lleva a otra lógica fundamental de la astrología profunda: “como es adentro, es afuera”. Significa que todo lo que vivimos, todo lo que nos ocurre en los vínculos es una exteriorización del código que somos. Es una correspondencia magnética que evidencia que todo destino es un co-destino, estamos co-destinados en un entramado de cartas natales en sinastría, en un orden matemático que implica a otros como parte del despliegue que somos y viceversa. Esta asunción es una herida narcisista para el “yo”, para la fase leonina humana; sentir que el despliegue individual no existe sino que dependemos del vínculo para desplegarnos.

Para que en nosotros se despliegue el placer por aprender, para que nos dé ganas de descubrir, necesitamos querer cuestionar todo lo aprendido hasta este momento como humanidad, pero ¿podemos cuestionar sin discutir, sin pelear, sin echar culpas?

Cuestionar es un entrenamiento en sostener preguntas sin pelear, sin tomar una posición fija, sino con un profundo interés en que se pueda despertar en lo humano lo que está más allá de lo humano.

Abrir preguntas es querer registrar por nosotros mismos para ver, no para creer o no creer en lo que otros ven. Es investigar el propio cerebro como una variante humana y no salir a buscar culpables, causas unilaterales de lo que ocurre.

A los humanos se nos confunde el aprender con el saber, la vitalidad del constante descubrimiento con la pura acumulación de datos. Nos da mucho placer saber, nos gusta la sensación de tener cada vez más información acumulada, sentir “claridad”. Pero el aprender que propone el lenguaje astrológico no está basado en acumular información en memoria; por el contrario, se trata de que los símbolos que vibran en presente resignifiquen el pasado, que borren huellas milenarias para que haya mayor docilidad y plasticidad cerebral para nuevos movimientos. Es un cambio de lógica que implica un vaciamiento de lo acumulado.

Esta necesidad de saber o que alguien sepa nos hace construir la imagen de un padre que existe al principio de los tiempos, que sabe, que ya no tiene nada que aprender. Creamos ese origen a nuestra imagen y semejanza, por ende jamás hemos concebido en ninguna cultura dioses que aprenden creando. Queremos que haya alguien que sepa, una autoridad externa que nos induzca, que nos diga por dónde ir. Hay un anhelo de seguridad que nos lleva a buscar adherirnos a cualquier pertenencia para sentirnos en manada ya sea política, religiosa, nacional, linaje…

Tenemos que cuestionar esa necesidad de un saber que nos diga qué tenemos que hacer, ya sea para sentirnos seguros obedeciendo y perteneciendo a modelos sociales o para rebelarnos y organizarnos por pelea con esa autoridad. Ambas reacciones son regresivas y nos hablan del estadio psíquico actual humano: el niño obediente o el adolescente rebelde. Si no cuestionamos esta necesidad de saber, convertimos a la astrología en el nuevo mapa, en la nueva autoridad que nos muestra el camino que nos asegure por dónde ir.

Es inevitable que la mente condicionada por un lenguaje que recorta mire cada hecho como algo aislado, disociado del juego de polarizaciones y repolarizaciones que se vienen dando desde hace miles de años. Bajo esa lógica, no se ven patrones subjetivos, psíquicos, algoritmos evidentes que nos permitirían comprender movimientos de oleadas colectivas de cómo reaccionamos sistemáticamente. Esto va mucho más allá de una tribu particular.

El lenguaje astrológico, al ser multiangular, es decir que evidencia lo entretejido de la vida, nos propone un aprendizaje en ver cada hecho entramado con lo ocurrido hasta ahora y de este modo intuir sin certezas la deriva de ciertos temas. Esto puede evidenciar que, si como humanidad nos polarizamos mucho hacia un lado tomando una posición, es lógico que haya una próxima oleada colectiva que se polarice hacia el lado opuesto para equilibrar.

La astrología es un puente para que nos pueda interesar investigarnos como especie, percibir en grandes lapsos de tiempo y mirarnos como la evolución del tejido nervioso de la Tierra y no como individuos separados buscando el beneficio propio.

Nos interesamos por el pasado de nuestra tribu, familia, linaje, grupo de pertenencia, y vivimos esas memorias como un cúmulo de experiencias que nos dan identidad, como relatos que nos dicen quiénes somos. Esto quiere decir que el interés que tenemos en la memoria no es resignificarla, abstraer patrones que nos permitan aprender a nivel macro, sino que buscamos confirmar ese pasado, mantenerlo vivo. Desde este contexto usamos la astrología como un poder de transacción con la vida que busca garantizarse que no ocurra nada que al “yo” no le guste.

El universo no hace circular información por una única vía, sino que despliega información por múltiples sendas al mismo tiempo, entonces el anhelo de control de la mente lineal es solo una ilusión.

El contexto de aprendizaje es un estado del cerebro de suma atención, que no busca algo conocido sino que está apasionado por más conexiones.

Los símbolos astrológicos nos revelan un orden que amplía el registro y nos permite ver a la memoria como datos, como información relevante para intuir nuevas direcciones futuras, comprendiendo y aprendiendo de lo vivido en pos de que haya aprendizaje y, en consecuencia, creatividad, en lugar de repeticiones en una rueda eterna de acción y reacción de generación en generación. Es una posibilidad de extractar la información de la memoria colectiva, que resuenen en cada cuerpo las memorias humanas, el karma humano, para no seguir repitiendo los mismos patrones conflictivos. Ser seres humanos interesados por comprendernos como especie, para agotar juntos lo que ya cumplió su función como fase. Para esto tienen que disolverse orgullos tribales (Cáncer) e individuales (Leo) de manera que sintamos interés por lo que está más allá de las fronteras que construimos.

A través del lenguaje astrológico podemos actualizar cómo traducimos todo lo ocurrido, cómo sentimos el orden de todo lo que pasó hasta ahora, pero ¿podemos aceptar que todo lo que nos sucedió en la vida ha estado ordenado aunque nos haya dolido, aunque no nos haya gustado? ¿Podemos sentir que no podríamos haber tenido otra madre, otro padre, otros hijos, es decir que esos vínculos están implicados en los códigos natales que somos? Esta pregunta es muy seria, ya que tiene que producirse la aceptación sensorial del pasado tal cual fue para poder comprender en profundidad la complejidad de información que estuvo siempre presente y a la cual hemos reaccionado por condicionamientos inevitables. Los códigos natales son la fuente de toda experiencia.

Es importante subrayar que la astrología no busca cambiar el pasado, ni tampoco explicarlo o justificarlo, sino poder extraer los aprendizajes sistémicos implicados en las sinastrías de las cuales formamos parte.

El zodiaco como arquetipo primordial nos dice que todo proceso inicia (Aries), toma forma, se despliega, llega a su máximo de forma o culminación y luego se agota, destila todo el significado del ciclo (Piscis) para un nuevo comienzo en otra octava espiral.

Es parte de la lógica que exista una fase cuya cualidad vibratoria sea la de agotar por compresión. La posibilidad de creatividad de todo inicio depende de cómo hemos comprendido y agotado el final de la fase anterior, de cuánto hemos aprendido de los “errores” del pasado. Entonces, el zodiaco nos invita a meditar acerca de cómo procesamos los humanos los finales.

Solemos magnetizarnos por ciertas fases más que otras. Por ejemplo, nos fascinan los inicios (Aries), la autoafirmación (Leo) y las metas obtenidas y la existencia de una autoridad (Capricornio), mientras que la atracción por la fase de consumación (Piscis) no es algo que tengamos presente como una lógica cíclica y una necesidad de la Tierra. Esta falta de meditación acerca de los finales hace que no agotemos procesos, y por ende seamos muy repetitivos.

La astrología profunda nos abre los ojos a la belleza de que solo podemos aprender, pero para eso tenemos que aceptar que la mente humana tiene mucho orgullo. Solo si lo aceptamos podremos bajar la cabeza con mucha humildad cada vez que miramos el cielo y sentir la evidencia de estar ante un orden que incluye a lo humano, pero que no es para lo humano.

¿Podemos darnos cuenta de que somos solo una fase más de la evolución de la Tierra y no los dueños de la Tierra? Creemos estar por fuera de la naturaleza, por encima de ella, en dominio de los vegetales, animales, de los ecosistemas con los cuales estamos entretejidos. Pero la realidad es que somos seres co-dependientes de la trama viva del Planeta y del Sistema Solar. Es una necesidad de planeta que los humanos podamos acercamos a los símbolos astrológicos con la disposición a desarrollar una docilidad para aprender, a acompañar los cambios de clima del cielo, estando lo más despiertos que podamos a sentir y pensar en presente, a investigar nuestras construcciones y no dar por sentado ninguna sensación, atentos a observar a cada instante cómo participamos de este infinito misterio.


Paula de Mora

Paula de Mora

Paula de Mora Egresó de Casa XI en el año 2008 donde continuó su formación de posgrado a través de seminarios, talleres y grupos de investigación. Es facilitadora en Constelaciones Familiares formada en el Centro Bert Hellinger. Desde el interés en la investigación acerca de la vincularidad humana y los procesos de maduración del psiquismo, ha incursionado en varias disciplinas de enfoque sistémico. Actualmente se dedica a la consultoría astrológica y a facilitar constelaciones del código natal. Es parte del equipo docente de Casa XI desde el 2016 y allí dicta varios de los cursos complementarios y seminarios de posgrados.